En el año 2007, se declaró el día 18 de febrero como “Día Internacional del Síndrome de Asperger” en recuerdo del nacimiento de Hans Asperger.
No fue hasta 1994 en que el Síndrome de Asperger fue incluido en el el Manual Estadístico de Diagnóstico de Trastornos Mentales en su cuarta edición (DSM-IV), y justo ha desaparecido en su quinta edición (DSM-V) englobándose dentro de los Trastornos del Espectro del Autismo.
Este síndrome afecta con diferente intensidad a cada una de las personas. Procesan de forma atípica estímulos de carácter social como la mirada, la inflexión de voz, etc., y les cuesta mucho entender los convencionalismos y la intencionalidad de la conducta de las demás personas. Se aferran a la verdad comprobable y huyen de abstracciones, dado que tienen dificultades importantes en manejar conceptos simbólicos complejos. El control de los tiempos y del orden en que se presentan las cosas es fundamental para ellos. Aunque su mayor dificultad será siempre la comunicación y las relaciones con otras personas que, muchas veces, no toleran sus repetitivos intereses restringidos y su marcada obsesividad. Aunque no hay deficiencia intelectual ni un retraso significativo en la adquisición del lenguaje, son frecuentes las alteraciones cognitivas, perceptivas, sensoriales y dificultades en la organización y planificación de las conductas.
Estas características y funcionamiento del síndrome, obliga a las familias a desplegar habilidades especiales para ayudarlos a vivir en sociedad, intentando que sean lo más independientes posible. Por ello, el día 18 de febrero, se hace necesario reivindicar el derecho irrenunciable a una educación verdaderamente inclusiva para las personas con síndrome de Asperger y otros trastornos de la comunicación, así como la necesidad de promover la protección social efectiva para las familias y afectados.